De forma cíclica, el ser humano pasa por periodos de crisis, de precariedad, en los que tiene que llevar a cabo una reconsideración de su forma de valorar la vida.
En esos periodos de penuria, tenemos tendencia a dar menos porque tenemos la peregrina idea de que al dar nos desvalorizamos, que perdemos, cuando en realidad sucede todo lo contrario.
Reza una ley de la cábala, que cada vez que ofrecemos algo de forma generosa y desinteresada, el universo lo apunta en una cuenta a nuestro favor. Después estará obligado a resarcirnos con igual cantidad de energía. De lo cual se desprende que cuanto más demos, más recibiremos.
Comparto aquí una historia que he encontrado en Internet y que ilustra la ley cabalista antes mencionada sobre la generosidad.
Había una vez un abad conocido por su generosidad. Nunca se negaba a dar caridad a los mendigos que se acercaban a la abadía. Más daba y más próspera era la abadía... Pero el viejo Abad murió. Su sucesor tenía un carácter muy diferente, con una tendencia a retener, a ser avaro. Rehusaba a menudo albergar a los que llamaban a la puerta de la abadía solicitando refugio, porque pensaba que así ahorraba para su abadía.
Un día un anciano se acercó a la abadía pidiendo asilo para la noche. Explicó que el anterior abad ya lo había albergado. Pero el nuevo rehusó darle cobijo, con el pretexto de que la abadía ya no podía permitirse esos lujos.
-Nuestro monasterio ya no puede aceptar extranjeros. Tiempo atrás éramos más prósperos, pero hoy ya nadie nos ayuda.
-Sabe usted – respondió el anciano – creo que esto le ha sucedido a partir del momento que usted echó a dos hermanos del monasterio.
-No recuerdo tal incidente – respondió el abad perplejo.
- Fíjese que, además, se trataba de dos hermanos gemelos. El primero se llamaba “Dad” y el segundo “y recibiréis”. Cuando echó a Dad, también se fue su hermano.
El Abad quedó pensativo, comprendió entonces que quizá él mismo había contribuido a la disminución de su prosperidad.
Dicen que a buen entendedor, pocas palabras bastan…
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